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La Economía Azul: Se acerca una revolución industrial en los océanos

Por Andrés M. Cisneros-Montemayor

Desde la orilla pueden verse los molinos de viento situados en el mar, que abastecen de energía a todo el pueblo, justo detrás de la planta desalinizadora que provee el agua potable a la mayoría de la región. En la bahía aledaña arriban las embarcaciones de pesca —sostenible, por supuesto— a descargar en los centros de procesamiento de marisco que reúnen tanto a los peces capturados como a los producidos en las unidades de maricultura integrada, donde se cultivan simultáneamente múltiples especies, simulando a un ecosistema. Esta es la visión de la Economía Azul (Blue Economy) que impulsan el Banco Mundial, la ONU y algunas de las grandes fundaciones mundiales tanto financieras como conservacionistas. Es sin duda una visión atractiva, pero también debemos considerar las implicaciones de esta nueva propuesta para una revolución industrial en el mar y anticipar estrategias para asegurar que traiga verdaderos beneficios sociales y ecológicos.

La Economía Azul específicamente, pide que  el nuevo desarrollo en el mar tome en cuenta a la equidad social y sostenibilidad ecológica, tanto como al crecimiento económico. Muchos ciertamente queremos vivir en un mundo donde todos tengan la oportunidad no solo de salir adelante sino de prosperar, en países donde la economía crezca al mismo tiempo que se respeta y cuida de los recursos naturales que nos mantienen. Sin embargo, tenemos que recordar la historia de la revolución industrial en tierra, la cual impulsó a la innovación tecnológica para incrementar la productividad humana a una escala antes inimaginable, pero también generó serios problemas de abusos laborales a niños y mujeres, degradación del medio ambiente y las primeras instancias de muertes masivas a causa de contaminación del aire. En el ámbito internacional, se intensificaron el (neo)colonialismo y la inequidad al agotarse sucesivamente los recursos naturales de una región tras otra.

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La sobreexplotación y contaminación marina deben reducirse como parte de la Economía Azul (Pacífico Sur, Quentin Hanich).

El concepto de la Economía Azul surgió directamente como la contraparte oceánica de la Economía Verde, la cual  en teoría—la práctica es tema para otra discusión—propone que el desarrollo sostenible puede conllevar “mejoras en el bienestar humano y equidad social, al mismo tiempo que se reducen los riesgos ambientales y la falta de recursos ecológicos.” En la práctica, la Economía Azul consiste en la planeación de nuevas industrias marinas (p.ej., energía renovable, captación de CO2, bioprospección) junto con las existentes (p.ej., pesca, ecoturismo, maricultura) de manera que coexistan en una misma región y se desarrollen de manera socialmente equitativa, ecológicamente sostenible y económicamente viable. Aunque la Economía Azul propiamente dicha todavía no ha sido implementada plenamente, en América Latina hay cada vez más investigación y reconocimiento del potencial del esquema, por ejemplo, respecto al valor de los manglares saludables como captadores de CO2 con valor en el mercado de pagos por servicios ecosistémicos, o en términos de la energía a base de viento y mareas (particularmente dada la incertidumbre económica del petróleo). En el Caribe, donde la Economía Azul representa un modelo de desarrollo importante para islas sin mucho territorio terrestre, ya se han propuesto planes integrales considerando múltiples industrias sostenibles, así como fuentes de financiamiento públicas y privadas. Dentro de todo es importante reconocer que el buen manejo de los océanos conlleva beneficios sociales que van mucho más allá de los ecosistemas marinos.

Hoy en día seguimos sufriendo los impactos de nuestro modelo histórico de desarrollo industrial y económico, incluyendo a la acidificación y calentamiento oceánico, además de sobrepesca y pérdida de biodiversidad y hábitats a escala mundial. Además, todavía existen las inequidades sociales que hoy amenazan con dispararse de nuevo al mismo tiempo que la macroeconomía mundial repunta.

Antes de invertir en Economía Azul tenemos que considerar muy cuidadosamente qué regiones tienen verdadero potencial natural y dónde hay las condiciones sociales y políticas para asegurar un desarrollo equitativo y sostenible además de garantizar retornos sobre la inversión. Es posible encontrar lugares que puedan servir como ejemplo de desarrollo, pero para ello es necesario proceder con estudios basados en la ciencia natural y social. Sobre todo, debemos reconocer que el crecimiento económico no es un fin en sí mismo, sino una avenida para la equidad y bienestar social y sostenibilidad ecológica. Hoy en día tenemos menos margen de error para reducir los impactos sobre el océano, y menos margen para ignorar las posibles consecuencias del mal manejo.

 

 

 

Foto de portada: La Economía Azul imagina una diversificación de las industrias marinas para añadirse a la pesca y maricultura. Pecadores artesanales en Bahía de los Ángeles, Baja California, México. Foto: Michelle María Early Capistrán.

Andrés Cisneros-Montemayor es director de programa e investigador asociado en el programa Nereus del Institute for the Oceans and Fisheries en la Universidad de British Columbia.

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